Ocurre, al menos a mí me pasa, que tras haber estado mal un tiempo, cuando luego consigo estar bien, se me olvida lo mal que estaba, es supongo, una ventaja pues no es ni bueno ni adecuado que yo rememore continuamente mis malas épocas y mis bajones, pero aun siendo esto positivo, me tengo que poner de cuando en cuando a hacer un ejercicio de retrospección para rescatar y no olvidar. Es de justicia, o así lo veo yo, poner las cosas en su sitio.
Cuando di con OA y asistí a mi primera reunión, la persona que yo era parecía llegar tras haber luchado en mil batallas habiéndolas perdido todas, magullada, mucho más por dentro que por fuera, angustiada, sin ánimo ni energía para continuar adelante de aquella manera. Encontré apoyo, comprensión, una posible respuesta a mis interrogantes, ante mí se abría una vía de esperanza, sentí alivio, mucho alivio, eso recuerdo que fue la sensación que primó por encima de todo lo demás. Y esto es lo que no quiero olvidar, que ahora no esté mal no tiene que significar que esa etapa anterior la guarde, archive y quizá hasta la olvide.
Esa mano tendida a la persona que se ha alejado del programa que supone el paso doce interno, es como una reentrada, una revisión de aquellas primeras sensaciones positivas, es un “decíamos ayer”, un “date otra oportunidad, que quienes aquí estamos te vamos a ayudar del mismo modo que sentiste te ayudamos y apoyamos cuando llegaste”, esa primera vez que todos hemos experimentado al llegar a OA. Vuelve, no te alejes, ya lo sabes, las compañeras y compañeros me dicen que no estoy solo/a, que están aquí para mí y con mucho amor me repiten una y otra vez
Bienvenido/a de nuevo a OA, bienvenido/a a casa.
A doce de noviembre de dos mil veinticuatro
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